La familia
funciona como un sistema. Como tal, establece canales de comunicación entre sus
miembros, los protege de las presiones exteriores y controla el flujo de
información con el exterior, siendo su meta conservar la unidad entre los
miembros y la estabilidad del sistema.
Cuando hay
demasiada permeabilidad, el sistema se cierra y se aísla, provocando
desviaciones significativas en las interacciones que se dan entre los miembros
de la familia, lo cual lleva al sistema a un estado de desequilibrio… como
quizás, fuera en este caso.
La confianza,
tan trepa como de costumbre, comenzaba en ocasiones a dar asco; y lo que
siempre había sido cordial, amistoso y cariñoso, paso a ser durante una
temporada déspota, frío e indiferente. Había daño, y como todo daño, necesitaba
de su tiempo para recuperarse.
Normalmente
suelo tener explicaciones para todo, y cuando digo todo, es absolutamente todo,
siendo estas siempre de tipo positivo, es decir, aquellas explicaciones en las
que no hay culpables sino simples situaciones que alteran el resultado, bien
sea de una acción no esperada, una palabra o un mal gesto. Supongo que como
todo en la vida, las explicaciones también se agotan y empiezas a preguntarte
por las causas. En esta preciso momento buscaba algo que no existía por más
vueltas que le diera, y si preguntaba a los de mi alrededor, tampoco sabían
dármelas, por mucho que les disgustara no hacerlo.
Hacía tiempo
que sabía que estaba creciendo por el simple hecho de que realizaba críticas a aquello
que mas me dolía, pero debía ser realista conmigo misma. Aquel día sin embargo,
me sentí súper pequeña: no era el daño en sí, ni tampoco la situación… había
sido un cúmulo tan grande de pequeños granitos que no supe cual había sido el
que lo había desbordado todo, pero el caso es que calló, y eso si fue lo que
mas daño me hizo: que quien siempre había estado arriba, había caído por su
propio peso y por meritos propios.
Aun así, y
como siempre, todo tiene su explicación y su resolución. Cuando uno cae,
levantarse y subir es bastante costoso, pero bueno, no hay nada que con tiempo
y buena gana, no pueda recuperarse.
Todas las familias felices se parecen entre
si, pero cada familia desdichada ofrece un carácter peculiar.
La mía no es
ni la una ni la otra, pero reconozco que nos movemos entre esos dos extremos
con bastante equilibrio y frecuencia.
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