Cuando seas padre, comerás huevos
Cuantas veces me han podido
repetir eso. Cuanto lo odio. Que cierto es.
Ahora que cumplo años, y conmigo
todos los demás, comienzas a ver desde fuera aquello de lo que un día tu fuiste
protagonista absoluta.
Bendita edad.
Aquella en la
que el mundo te da la espalda y te es imposible todo, hasta encontrarle el culo
para tocárselo, como algunos positivos decimos.
Aquella en la
que los amigos son los únicos que importan, pero son los que mas te van
decepcionando.
Aquella en la
que las personas que más estima les tienes es ese pilar inquebrantable que
cuidas por encima de todo, a cambio de recibir las mayores reprimendas y
quedarte la sensación de que están contra ti.
Aquella en la
que siempre estas descontento, porque no puedes hacer lo que quieres, que no es
mas que no hacer nada.
Aquella en la
que todo es tan difícil y nadie parece querer allanarte el terreno.
Si, yo también me acuerdo de esa
etapa, pero ahora vivo otra y creo que es mucho mas difícil, o a mi se me esta
haciendo muy cuesta arriba.
Ahora que te
tengo que regañar casi cada 5 minutos porque metes la pata en cosas que nunca habías
hecho.
Ahora que
respondes con desaires a cada cosa que te pedimos
Ahora que nos
haces sentir culpables de tu eterno malhumor
¿Cómo se hace? ¿Instrucciones?
¿Internet? Joder!! Se suponía que éramos manos derechas cómplices totalmente y
cada vez me siento mas frustrada!
Me paso el día como una “omaita
rabalera” dando voces después de repetírtelo todo veinte veces y que no
respondas a ninguna o que a la de veinte, respondas con tu genio y malhumor,
dando zapatazos en el suelo o con tu llantina. Llantina… esa que aparece en ti
todos los días sin falta, sin motivos aparentes pero con tremendo ímpetu.
Me siento, respiro hondo e
intento ponerme en tu lugar. Lo logro. Entre lágrimas, mocos y bufidos, acabas confesándome
el motivo (esa vez) de tu malestar. Pides perdón (o no) y volvemos a la calma.
Al día siguiente otra nueva, pero no será la ultima, queda mucho verano y cada día
es una caja de sorpresas.
No me importa, la verdad. Son
cosas de la edad, me repito cada noche al irme a dormir.
Lo que me saca de quicio es mi
propia manera de ser.
Yo, que ahora soy todo un manojo
de nervios que debe ordenar su vida hasta en el mas mínimo detalle para que no
se me quiebren las entendederas, tengo que lidiar cada día con una caja
sorpresa llena de hormonas florecientes que comienzan a desestabilizarse, y
hacerlo de manera cautelosa y dulce, pero con bastante firmeza, sabiendo que
eso al final, será imposible. Entonces es cuando viene la otra opción, el plan
B. Si fuera Carlos Jean, pondría uno de sus hits que tan de moda esta este
verano, a toda voz, y no te escucharía, pero mi dolor de cabeza aumentaría a
limites insospechados… y no me apetece, axial que solo me queda enfadarme,
mostrarte la cara solamente firme de mi persona, y esperar a que dentro de unos
años, no me guardes rencor por ello, y puedas entenderlo.
Pero es que eres tan difícil. Te
enfadas de repente por absurdeces y no atiendes a explicaciones.
Tus celos a
veces casi obsesivos con tu hermana, no te dejan ver que ella sigue siendo
dependiente de un adulto que la ayude, y tú ya tienes que empezar a hacerte
dependiente de ti misma. Entonces viene la típica frase: “es que a mi, no me queréis,
solo queréis a mi hermana”.
En estos
momentos te juro que por dentro digo ¿le
pego?, déjenme por favor! Prometo que no le haré demasiado daño!!, pero en
vez de eso, cierro los ojos cuento hasta quien sabe cuanto, y te intento
explicar que 11 años, no son los mismos que 5.
Luego viene la
misma historia pero al revés. Aquella en la que te hacemos participe de las
cosas de los mayores: las tareas de la casa, alguna que otra cosa en la que
puedas ayudar fuera… pero tampoco te viene bien. Nos recriminas que solo te
llamemos a ti para hacerlas y no a tu hermana. Ahí mi subconsciente piensa ¿pero no querías ser mayor y hacer cosas con
los mayores? ¿No querías que estuviéramos mas contigo? ¿No queríamos que te tratáramos
distinto a tu hermana? Y ella te dice que no, que lo que quiere es jugar y
que la dejemos, que ya ha hecho “muchas cosas”.
Cuando llego a
mi límite, opto por preguntarte: ¿Qué
quieres? Entonces tu contestas, malhumorada obviamente, que nada, y ya si que acabo por volverme
loca y hervirme la sangre.
Cuando ríes,
cuando te propongo que vengas conmigo a Jaén, cuando juegas a las cartas
conmigo y mis amigas, cuando cojo la cámara y hacemos reportajes de fotos
imprevistas, o cuando nos dan las 3 de la mañana haciendo trencitas por todo el
pelo, cuando hacemos ese algo apropiado, en ese momento adecuado, en el que tu
y tus hormonas respondéis positivamente a ello, entonces, es cuando el disfrute
es máximo. Te das cuenta que aun hay formas de acertar, y que por momentos, no
todo es tan difícil. Entonces se disfruta todo hasta límites insospechados. Se
siente casi lo mismo que si a ti te hubiera puesto un 10, el profe de
Conocimiento del Medio.
Supongo que escribo esto, para
que el día de mañana, puedas leerlo y reírte, como yo ahora me río de mi misma
con tu edad. Pero también espero que lo hagas, que te rías, cuando te toque alguien mas pequeño que te
encienda ese botón de empatia con los mayores (he aquí mi caso) y recuerdes tus
años mozos.
Debería de haber mas de un
regalito por portarse de la mejor forma posible a los mayores, que sin ningún
libro de instrucciones, acaban los días, uno tras otro y sin vacaciones, cumpliendo
con la tarea de la mejor forma que saben, recibiendo o sin recibir abucheos,
desprecios y malas criticas… el caso es que todo se hace siempre con el mayor
de los cariños y amor del mundo.
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