Cumplir los años trabajando era
algo que me había ocurrido los últimos tres años de mi vida y en vez de
quejarme solía verlo como una “señal del destino”: si empezaba mi nuevo año
trabajando, quizás eso significara que así debería empezar el siguiente Y así
ha sido desde entonces.
Las cosas cambian cuando llegas a
ese pasillo de luces blancas y paredes del mismo color, tan largo como tétrico
y como sonido de fondo los distintos “pis” de unas bombas que no dan tregua ni
en la noche (alarma gotas, alarma aire, alarma presión). Cada paso mío era un
rezo y una súplica (que me toque un buen compañero/a, que no se me complique la
noche, que no tenga que pinchar ningún reservorio, que no muera nadie, llegar a
casa y soplar una tarta de campanilla).
No se cumplió ninguna.
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