Cada año cuando en mi móvil
aparece la llamada del SAS se desata mi miedo escénico, y este año se lució,
pues fue de intensidades mucho mayores a los años pasados. Del primer turno
aprendí muchas cosas, incluso que podría abrirme un nuevo camino en mi futuro,
y que un bebé también podría ser un motivo para ir a trabajar cada día con una
sonrisa en la cara. En el segundo turno lo pasé francamente mal, tanto por el día
a día, como por los pacientes, y como por todo lo que me rodeo. Pero también
reconozco que no eran ellos los culpables sino mas bien yo misma. Siempre lo
dije, para trabajar en algo hay que estar preparada para ello y hacerlo con la
cabeza bien fría, y para que engañarnos, yo no la tenía y cada una de las camas
era una historia que podía comparar o me hacía recodar.
Llegaba a casa con la cara caída
y me iba de ella como una niña chica que va al cole a regañadientes. Las noches
sin dormir, las tardes sin descanso y las mañanas de preocupación.
Pero hubo algo que a los tres días
me hizo cambiar de actitud (aunque siguiera pensando igual) y era el simple
hecho de que cada una de las personas/familiares que yo llevaba, cuando no
estaba, preguntaran por mí, y que si iba mi compañera a atenderlos, le
indicaban que preferían esperar a que yo estuviera libre si era posible.
Aquí los nombrare por números,
porque no voy a desvelar identidades, pero quiero dejar claro que cada numero
tenia su nombre propio e incluso su mote y sus acompañantes también, y yo me
los sabia todos, sin faltar ninguno, y posiblemente mas de uno no lo olvide,
pues no saben cuanto me ayudaron a trabajar sin si quiera saberlo:
- El 20-1
era un señor mayor bastante quisquilloso que tenia a media plantilla hasta
la coronilla. Muchas leyes, bastantes normas y un adicto a la exactitud y
los horarios. Su mujer, una señora con dos meses a la espalda durmiendo en
un sillón de acompañante, sin salir de esa habitación ni para comer ni
para cenar ni para nada, pues sus hijas le llevaban tapers. Tenía mal
carácter y era bastante preguntona y metijona. Solo una vez la vi llorar y
eso es algo que no puedo soportar; a partir de ese instante entendí su
carácter y su cara de desilusión constante: Dejé mi bandeja en la sala de medicación,
me acerqué y le pregunté. Solo se sentía sola rodeada de tanto egoísmo y
prepotencia del que había sido el hombre de su vida, y que le había
arrebatado una enfermedad que ya duraba mucho y no tenia pinta de marchase
pronto, sino que además, cuando lo hiciera, le llevaría a el también… solo
necesitaba no estar sola durante todo ese camino y no sabia como
explicarlo a sus familiares mas próximos.
- El 20-2
era un señor joven con cara de póker incapaz de hablar por su enfermedad.
A su lado, una mujer incondicional con una media sonrisa en la boca a
cualquier hora, pero tampoco era demasiado habladora. Solo me llevé de
recuerdo la sonrisa del hombre al cambiarle un vendaje compresivo que ya
le quedaba bastante suelto desde hacia bastantes días y el agradecimiento
de su mujer. Nadie se había parado a mirarle el brazo en 8 días de hospitalización,
pues eso no era el principal de sus problemas.
- El 21-1
era un chaval joven de veintipocos años que me impacto hasta el punto de
ser incapaz de mirarle a los ojos cuando entraba a atenderle. Mi cobardía
no era demasiado notoria pues el chaval también era alto de narices y por
tanto no se notaba demasiado. Me sorprendió la actitud de los padres. De
semblante tranquilo y muy cuidadosos con el chaval, pendientes de él hasta
límites insospechados y este, lejos de usar la rebeldía que da la edad, se
mostraba tan cómodo con la actitud de los progenitores. Por el quicio de
la puerta a veces escuchaba las conversaciones que solían tener y lo mismo
era de un videojuego, que los planes para el nuevo curso en la
universidad, donde uno quería seguir e interrumpirlo según el tratamiento
y el padre le dejaba camino libre a su decisión pero con la posibilidad de
posponer sus estudios si lo creía necesario y tomarse un año de
tranquilidad. Ni una mala cara, ni un mal gesto, ni un ápice de su dolor
en sus rostros. Era increíble la capacidad de controlar sus emociones. Yo creía
que eran de esas familias que tienen la capacidad de soportar los
problemas de una manera alucinante… pero lo cierto es que a los días de
estar allí, quizás por mi juventud y mi eterna alegría en la cara (a veces
muy costosa), más de uno se sintió con la confianza necesaria para
desahogarse. Entonces comprendí que su actitud de ahora llegaba tras haber
pasado por largas sesiones de psicólogos y psiquiatras tanto por parte del
chaval como de ellos, cuando al conocer el diagnostico final el crío no
fue capaz de soportarlo, se le vino el mundo encima y quiso desaparecer
(por decirlo de alguna manera). Ahora ya era capaz de aceptarlo y sobre
todo, de luchar contra ello. La batalla mas grande, ya la habían ganado.
- El 20-2
era un hombre relativamente joven, de pocos estudios y bastante trabajado
para su corta edad. Su semblante siempre fue serio rozando incluso lo
borde y arisco. Su dolor lo consumía y sus ganas de hacerse el fuerte y
resistir, habían hecho de él algo parecido a un ogro, según me explicaba
la mujer con las lágrimas en los ojos. No se que le hizo cambiar, si
fueron mis pequeñas bromas (siempre con mucha cautela) o si la tarde que
junto a la oncóloga decidimos hablar con el para hacerle entender que
aguantar el dolor no lo había mas hombre, sino que le ayudaba a consumirse
mas. Su pronostico era casi demoledor (yo aun no soy capaz de creerlo) y
lo cierto era que el lo sabia, pero no quería que lo supiera su mujer.
Comenzamos a tratarle el dolor y eso apaciguó las aguas de su mal humor,
lo que abrió las puertas a una mejor relación terapéutica. Había sido
albañil y como tal, soltaba por su boca lo que quisiera con cierta gracia…
quizás por la ubicación en la que se encontraba. El caso es que la última
mañana de mi contrato había ido a realizarse una prueba y acabamos
llorando todos los de la habitación, pero de la risa: el hombre explicaba
como le habían introducido por el ano una jeringa con un gel (contraste) y
daba las dimensiones (bastante grandes). La confianza ya daba para tomar
aquel hecho con bastante humor y todo acabo desvariándose… criticábamos que no habían tenido tacto
al pedirle la posición que debía adoptar, que las sabanas (suapeles) no
eran de seda, que le habían metido en la lavadora después (RM) y que tenia
muy claro después de todo eso, que nunca seria gay!. Mi satisfacción fue
conseguir que el hombre que espera marcharse de aquí un día cualquiera que
el no sabe, había logrado bromear con cada prueba que tanto dolor le
causaba después.
- El 22-1
lo recordare por el susto que me hizo pasar la última noche. Se había
quedado solo porque sus familiares no podían quedarse (sus motivos tendrian)
y me había encargado de protegerle como a uno de mis antiguos bebés. Tenía
medio cuerpo paralizado y no estaba demasiado orientado. La cama estaba
con sus barandillas lo que hacia de esta una especie de cuna gigante, y
para controlarle la medicación decidí poner una de mis adorables bombas
para que sus “pis” me alarmaran si algo no iba bien. Pero todo fue a mal
cuando vete a saber cómo, el hombre se despertó, salto las barandillas,
abandonó la cama y fue al servicio a orinar. Podría haber sido algo normal
si no fuera porque, repito, el hombre no estaba orientado y se orino en la
puerta de la habitación, y al bajarse de la cama había tirado de la bomba,
que había caído al suelo, había perdido la vía periférica por la que le
pasaba la medicación y al caer la bomba, había hecho contacto con la luz y
había dejado sin luz a toda la planta. Un show. Finalmente comprendí que
no era más que la trastada de un niño de unos cincuenta y pocos, y que
efectivamente, acabamos igual que cuando nacemos.
- En el
24-1 reposaba la mujer que más intentaba evitar y a la que más tenía que
ver. Cincuenta y dos años y el mismo diagnostico que yo escuchaba hacia ya
un año y medio. Un marido a pie de cama y una hija que iba y venia como podía.
La madre siempre rechistaba si ella decía que se quedaba a dormir y decía
que no era necesario, pero el marido debía descansar pues llevaba
demasiados días durmiendo en un sillón incomodo de acompañante. Una de las
mañanas temprano, me acerque a hablar con ella y entre otras cosas le
pregunte por qué no quería que se quedara su hija, si quizás a ella no le
hiciera falta, pero su hija si se sintiera útil de alguna manera quedándose,
a lo que ella me respondió: a mi no
me molesta mi hija aquí aunque sepa que va a darse una mala noche sin
necesidad, al revés, así puedo disfrutarla mas; pero lo que no aguanto es
despertarme y haciéndome la dormida, escuchar como llora cada noche porque
se siente inútil y no puede ayudarme. Por eso, si puedo evitarle unas
horas de verme, supongo que le evito unas horas de pensar en algo en lo
que ella no puede hacer nada. Ella no sufre y yo tampoco. Que
equivocada estaba.. y cómo lo sabía yo por experiencia. Personalmente he
vivido y vivo una recuperación, pero con ella viví las complicaciones
diarias y en los últimos días, de camino a casa en el coche, siempre
pensaba en lo afortunada que estaba siendo y en lo poco que se hubiera
necesitado para no serlo. Pero no me tocó. Y a ella sí. cuestión de suerte
o mala suerte, según para quien. Ella se marcho de la planta a la UCI y no volví a verla a
pesar de que en contadas ocasiones me prometiera que por las noches pediría
para que un día fuera su nuera y yo siempre me riera. Lo que ella nunca
supo, es que en cada uno de mis posteriores turnos, llamaría a los
compañeros de la UCI
para saber como iba evolucionando.
Cuando el día
28 llegó y dieron las 8 de la mañana, yo estaba vestida con mis vaqueros cómodos,
mi camiseta de un chucho gracioso y mis tacones, y tenia mi mes y medio de
experiencia guardado en un bolso de Mickey. A cada paso que daba de camino a la
puerta de salida iba pensando en las palabras que un día me dijo papá al
principio del contrato: Si te ha tocado
ahí, es porque ahí debes estar. Quizás a ti no te aporte nada, que te aportara,
ya lo veras, pero quizás tu si seas necesaria para alguien y ese alguien te agradecerá
que hayas pasado por su vida.
No necesito
agradecimientos, pero lo que si es cierto es que aprender, he aprendido muchas
cosas y cada una de ellas, tiene una historia detrás diferente. Quizás por eso,
con mis miedos del principio, me pregunte si verdaderamente estoy preparada
para hacer esto el resto de mi vida (o lo que pueda de ella, según como esta el
país), y sin embargo cuando se acaba, cuando se que no habrá mas hasta el año
que viene, es cuando noto que se me ha hecho corto. Que vuelvo cansada a casa
pero no físicamente, sino mentalmente, de tanto pensar en como solucionar de
alguna forma, lo que una pastilla no puede quitar. Y cuando voy a dar el paso
que me pone en la calle y me da el sol de frente, deslumbrándome los ojos es
cuando se que pongo una sonrisa tan estupida como la que tengo ahora mismo y lo
confirmo:
Sí, quiero pasar el resto de mi vida
haciendo esto, porque siempre me gusto dar a cambio de nada, y este trabajo me
lo permite.