He de confesar que ha sido una excusa estupenda eso de no dar con la contraseña de esto. Era un manera de dar de lado al día 30.11.17 y al resto de días que llegaron después hasta final de año.
No hablar envenena, pero no escribir ciertas cosas, ahoga poco a poco...
Podría decirte mil cosas pero esas nos las vamos a quedar tu y yo como tantas otras que nos hemos contado, como tantos secretos y como tantas anécdotas...
Aun sigo mirando al cielo cuando veo volar muchos pájaros juntos y grito señalándolos: ¡una boda! -David suele mirarme raro, hasta que le expliqué que detrás de esa expresión, había muchas tardes en el balcón de casa (la tuya, que fue como la mía, y así será finalmente si no ocurre nada), al fresquito, en la enésima forma de entretenerme cuando era pequeña.
Una boda... ¡esa otra!; si supieras la pieza clave que eras (y eres). Uno de los motivos para dar el paso, aunque no lo creas, fuiste tú. Recé tanto por poder verte vestida de verde ese día... supongo que casi tanto como tú rezabas por verme de mantilla o de blanco. Lo conseguimos a medias.
Se me ha quedado media vida un poco colgada, quizás por la cantidad de tiempo que nos ocupabas (para bien o para mal), también por la cantidad de recuerdos de los que formas parte. Hay pocas cosas que ahora no lleven tu nombre, tu recuerdo o tu presencia.
¿Cómo estás?
Juro que me dejé hasta el ultimo aliento en verte mover un parpado o un algo.. en que siguieras aquí, y es raro ¿sabes?, una mezcla entre sentirme defraudada conmigo misma y una autentica mierda (sí, lo sé, debería decir menos palabrotas. Lo estoy haciendo, te lo prometo). Los compañeros lo intentaron y se que lo hicieron por mi, porque yo lo pedí sin decirlo, pero por otro lado, tanto ellos como yo, sabíamos que hacer el mas mínimo intento, ademas de ser casi inútil, seria lo que llamamos un "encarnizamiento terapéutico". Pues ¡a la mierda los encarnizamientos!, lo que hubiera sido necesario para que siguieras aquí, aunque no fuera justo. Pero no quisiste. Tenías muy claro que si te ibas no era para volver. Habías disfrutado de todos, y todo estaban ahí contigo (casi). Le grité a Flori, mi compañera la auxiliar, que le dijera a la tita que avisara a todos. El instinto de supervivencia y el miedo me impidieron casi hasta el final rendirme a lo evidente. Las dos sabíamos que de ahí no iban a salir finales felices.
Recuerdo que quería pegarte. Por duro y "mal" que suene... quería pegarte. Darte dos tortas bien dadas en la cara o un puñetazo en el pecho como en teoría nos explicaban en clase, para "despertar" al corazón, pero... para qué, 20 minutos de masaje, adrenalinas varias... creí que había sido bastante choque para el cuerpo. Y cuando todo acabó, a las 16.00h, y nadie quería irse, les pedí que se marcharan y me dejaran sola, que salieran con todo hecho para no tener que entrar más. Y me caí en ti como cuando era pequeña, llorando a ver si alguna lagrima te despertaba aunque fuera por un milagro. Pero nada.
Que sensación más rara... ¿cómo miraba a mamá a la cara?, ¡si estabas bien! ¡si te ibas de alta! ¡yo misma lo escuché, a mi me lo dijo el medico!. Y el resto... una mezcla de incredulidad, sorpresa, pena y miles de preguntas sin respuesta. Nos despeñamos. Igual que un alpinista al que le quitan la pared, el punto de apoyo al que se aferraba para no caer. Aunque te haces a la idea de que va a suceder lo peor, la caída, siempre es un brutal golpe.
Te convertiste en la bella durmiente. Te fuiste sin hacer ruido, tranquila tú, y engañándonos a todos, haciéndonos sentir bien... una siestecilla después de comer... y hasta siempre.
Conseguiste lo que querías: tus niños a tu lado, cuidándote, unidos, y la familia en general a tu alrededor como buenos polluelos bajo tus alas.
Una piensa tanto... ¿me estabas esperando?. Se que suena muy egocéntrico, pero ¡jodia!. Después de todos los días trabajando, me quedo contigo, el medico pasa y dice que te iras a casa y creo que se equivocó de dirección...
Si me esperaste, gracias; pero no te perdono que te fueras. No así. Aunque fue lo mejor para ti.
Es cierto que están los recuerdos, pero alguien los ha electrificado y conectado a las pestañas y en cuanto vienen a la cabeza, me queman los ojos.
Ahora empiezan las caricias cortantes, las que se clavan en los antiguos recuerdos.