Recuerdo que me caían lágrimas como puños por mi propia causa, y que me desbordaron cuando te leí.
En condiciones normales, un día como hoy se caracterizaba por comer mi comida favorita, por tener un postre de mi agrado (porque nunca fui en verdad demasiado dulcera), y por el regalito de turno, un simple detalle que no me fuera esperado y que me pusiera la sonrisa de oreja a oreja. Despues venía la fiesta, la merienda en casa con los amigos y la posterior cena con la familia. Asomarme al balcón para ver la salida de la carrera y su posterior llegada, y para abrir hambre, el paseo entre las lumbres del barrio, donde la tradición mandaba asar chorizos y demás cosas y compartir tertulia con los vecinos ya migos.
Este año, como viene siendo habitual en los ultimos años, lo censuraba el objetivo marcado, lo entristecía la lluvia, y lo empañan las lágrimas.
Supongo que como dice papá, determinados momentos señalados son los que te hacen darte cuenta que has llegado al cruel mundo de los adultos, y que aceptarlo y afrontarlo es la unica solución posible que queda.
Que rabia no estar de acuerdo mientras haces lo que tu conciencia dicta que es lo correcto.
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