A Juan, algunos le llaman tonto.
Les produce
risa su aspecto, sus ojos alargados un poco parecidos a los de los
chinos, su manera pastosa de hablar, las palabras que salen con
dificultad de su boca. A veces llega llorando a su casa porque alguien
le ha dicho mongolo, o Down, o tonto, y su madre le consuela con voz
dulce, “tú no eres tonto, hijo, tú eres bueno, cariñoso y guapo, y yo te
quiero más que a todos los tesoros de este mundo”. Entonces Juan ríe,
abraza con fuerza a su madre y se la come a besos mojándola de saliva.
A Juan le gusta ir chulo, con el pelo engominado a lo Rodolfo Valentino; a Juan le gusta el fútbol y su vecina Cristina; aprender y dibujar señales de tráfico, las que aparecen en el mural que su padre le trajo. Se coloca en la mesa de la habitación, saca un folio y su caja de colores y las pinta con esmero, sacando la lengua, que es lo que siempre hace cuando algo le cuesta trabajo, sobre todo cuando tiene que dibujar la que tiene un ciervo: ésa es la más difícil. Su padre le ha explicado, cuando van por la carretera del bosque, que esa señal indica precaución, que algún animal se les puede cruzar, y Juan gira la cabeza como un péndulo rebuscando entre los pinos los cuernos del ciervo.
Juan no es tonto, por mucho que algunos niños se lo digan en el patio del recreo. Entonces su seño Eva se pregunta si no serán más tontos aquéllos que le insultan. Porque Juan es listo, aprende lo que Eva le enseña y sigue a rajatabla sus consejos y los de sus padres, como lavarse las manos antes de comer: cuando termina se las mira fijamente para ver si queda alguno de esos bichitos que se llaman bacterias y sonríe contento porque no ve ni una. Tarda menos que ninguno en ponerse el cinturón cuando sube al coche gritando “¡campeón!”, porque eso también se lo han enseñado sus padres y la seño Eva, y también sabe que no hay que correr mucho con el coche, ni cruzar con el semáforo en rojo, ni montar en moto sin el casco. Por eso se molesta con Cristina, porque cuando coge la moto se deja el casco colgado en el brazo, como si fuera una pulsera gigante; pero ella le sonríe, le da un beso muy fuerte en la mejilla y a Juan le salen chispas de los ojos. Enseguida se le pasa el enfado y le dice adiós con la mano conforme Cristina se aleja radiante a todo gas, con su pelo dorado que refleja el sol.
A Juan le gusta ir chulo, con el pelo engominado a lo Rodolfo Valentino; a Juan le gusta el fútbol y su vecina Cristina; aprender y dibujar señales de tráfico, las que aparecen en el mural que su padre le trajo. Se coloca en la mesa de la habitación, saca un folio y su caja de colores y las pinta con esmero, sacando la lengua, que es lo que siempre hace cuando algo le cuesta trabajo, sobre todo cuando tiene que dibujar la que tiene un ciervo: ésa es la más difícil. Su padre le ha explicado, cuando van por la carretera del bosque, que esa señal indica precaución, que algún animal se les puede cruzar, y Juan gira la cabeza como un péndulo rebuscando entre los pinos los cuernos del ciervo.
Juan no es tonto, por mucho que algunos niños se lo digan en el patio del recreo. Entonces su seño Eva se pregunta si no serán más tontos aquéllos que le insultan. Porque Juan es listo, aprende lo que Eva le enseña y sigue a rajatabla sus consejos y los de sus padres, como lavarse las manos antes de comer: cuando termina se las mira fijamente para ver si queda alguno de esos bichitos que se llaman bacterias y sonríe contento porque no ve ni una. Tarda menos que ninguno en ponerse el cinturón cuando sube al coche gritando “¡campeón!”, porque eso también se lo han enseñado sus padres y la seño Eva, y también sabe que no hay que correr mucho con el coche, ni cruzar con el semáforo en rojo, ni montar en moto sin el casco. Por eso se molesta con Cristina, porque cuando coge la moto se deja el casco colgado en el brazo, como si fuera una pulsera gigante; pero ella le sonríe, le da un beso muy fuerte en la mejilla y a Juan le salen chispas de los ojos. Enseguida se le pasa el enfado y le dice adiós con la mano conforme Cristina se aleja radiante a todo gas, con su pelo dorado que refleja el sol.
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Fernando Martínez López
Era curioso la cantidad de veces que discutiamos en corrillo la falta de humanidad que existe a pesar de considerarnos cada vez mas tolerantes. Las nuevas generaciones venían pisando fuerte y nuestros esfuerzos por avanzar creo que eran inversamente proporcionales a los resulados que obteniamos.
Pero para todos aquellos que no los conozcan ni los hayan tratado, son personas a las que por una vez en la historia, deberiamos dejar de estudiarlas como meros casos cientificos que aparecen en el mundo y los etiquetamos con nombres de síndromes extraños (porque llamarlos anormales suena demasiado fuerte), para empezar a tratarlos, en el sentido de vivir con ellos desde la igualdad y en vez de enseñarles a ponerse a nuestra altura, cuya diferencia entre ambas, no esta determinada de ninguna manera, empezar a aprender de ellos, que siendo unos ignorantes, tienen mucho que enseñarnos y nuestro orgullo y prepotencia, a veces no nos deja descubrirlo.
Dia Mundial de las Enfermedades Raras.