Cada mañana del día de la Inmaculada, papá sacaba la caja larga y las cajas cuadradas según colores, que tenían los lazos y las guirnaldas para decorar el árbol junto a una niña que, incapaz de asumir la identidad de los hechos que se repetían en el tiempo, miraba las luces siempre con una fascinación inaudita. Por eso, cada año, adoro más la capacidad de sorprenderse de los niños, el asombro con el que enfrentan una vida que conocen muy poco y que por ello, les convierte en mas valientes de lo que son muchos adultos.
Cada tarde del día de Nochebuena, mamá colocaba una bandeja con multitud de turrones y mantecados de chocolate, almendras, café u hojaldre. Yo, como niña, me paraba delante de una bandeja a la que a penas alcanzaba, para tomar la importante decisión de elegir uno entre todos los que había. Entonces, tocaban a la puerta, y como niña, salía corriendo veloz por el pasillo, a ver quién era, colgarme de los brazos del abuelo y quitarme el pintalabios del moflete de la abuela. De paso entraba a la cocina donde la abuela llevaba horas cocinando con mamá y estaría ultimando el arroz con leche, las natillas y el flan para la noche... eso, si antes no tenia que salir corriendo, huyendo de las cosquillas del tito!
Sin duda, esos fueron los momentos mas tiernos de la infancia de aquella niña que, hoy, prepara junto a mamá el ultimo día señalado: los Reyes.
En estas fechas, me he dado cuenta, de que hoy, aquella niña, es la que prepara con mamá, en la medida de lo posible algunos platos, da ordenes a papá de como poner los lazos y las guirnaldas del árbol, aquellos por los que no pasa el tiempo ni la vida. Hoy, esa niña cambiaría toda la bandeja de turrones, incluso los de chocolate, por salir corriendo a abrir la puerta a unos abuelos que se fueron para no volver y a pasar por la cocina para oler aquellos postres de alguien que hoy, no sabe que día es. Hoy esa niña se dice a sí misma, que la vida es muy cruel, por arrebatarnos lo único que en realidad es importante: las personas con las que celebrar los momentos importantes.
Pero luego miro a mi alrededor y me doy cuenta de que tengo un tesoro maravilloso que debo cuidar: un hogar lleno de amor, que luchó durante años, para que yo tuviera una infancia feliz, que cuento con unos recuerdos sumamente dulces y que, después de cenar, mi novio, mis primas, mis amigos... me esperan para brindar por otra Navidad, por una vida llena de momentos felices y de experiencias juntos.
Es cierto que los años se llevan mucho, pero también lo es que traen muchas oportunidades nuevas.
Entonces miro al cielo, hoy algo lluvioso, nublado y frío, y sonrío a los que se que desde allí arriba me están sonriendo, me limpio la lagrimilla y entro en el salón a colocar los regalos bajo el árbol.
¿Sábes una cosa papá? He comprendido que lo importante en Navidad no es solo lo que tenemos, sino también todo lo que tuvimos en el pasado y que inevitablemente, nos ha convertido en todo lo que somos ahora.
A vosotros (papa y mama), espero que orgullosos en cierto modo de la hija que tenéis, miréis de frente los ojos verdes de la niña y contempléis el mismo brillo, la misma ilusión y la inmutable capacidad se sorprenderse ante una vida, que sigo conociendo muy poco, y ante la que terriblemente, intento ser valiente.
La Navidad no es otra cosa que la capacidad de sorprenderse de un niño
y la capacidad de amar de un adulto.