Es toda una suerte llegar a ese momento.
Cuando abres los ojos y ves realmente que lo que cuenta es que tú estés bien, que seas feliz con lo que eres, que te sientas en paz contigo misma.
Pero cuesta.
Ese momento cuesta sudor, lagrimas y a veces incluso sangre.
Porque ya lo dicen, las mujeres somos complicadas, pero algunas nos llevamos el premio a la complejidad. Y nunca nada está como debería estar. Porque todo, siempre, puede ir a mejor.
Y enloqueces.
Enloqueces tratando de alcanzar ese "mejor", y no te das cuenta de que lo mejor es lo que tienes delante.
Justo delante.
Atte: El espejo
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