¿Qué tienen en común un judío ultraortodoxo, un talibán afgano, un
musulmán radical, un cristiano integrista, un budista o un hindú
recalcitrante? No es su creencia en Dios ni en la vida eterna; no es la
oración ni la congregación; no es el sentido de la culpa y de la
redención sino su profundo odio a la libertad de las mujeres. A todos
les da por lo mismo.
No importa el origen mítico de la creación
que cada religión recrea, si el ser humano nació del barro, de las nubes
o del humo. No importan los ritos que se les consagren ni el nombre con
el que los invocan: Yahvé, Alá, Dios, Ngai o Popol... Todas las
religiones, especialmente las monoteístas, comparten un intenso rechazo a
la igualdad de las mujeres y, en sus lecturas más extremistas, una
brutalidad sin límites para castigar a las que se atreven a poner en
cuestión la supremacía masculina.
Por supuesto que hay grados,
escalas, matices que no se pueden pasar por alto. De todas ellas, el
cristianismo es la religión que ha convivido más tiempo con sociedades
que han separado el poder de la Iglesia y del Estado y, aún a
regañadientes, ha ido aceptando los pasos de las mujeres hacia la
igualdad. No obstante, su teoría sigue inmune a los cambios sociales
como nos recuerdan con frecuencia las declaraciones de obispos y de
representantes religiosos sobre violaciones, pederastia, aborto o
igualdad de las mujeres.
[...]
Hay una
internacional genocida que nadie denuncia. Diariamente en el mundo son
asesinadas miles de mujeres por el simple hecho de pertenecer a este
género; por haber infringido las normas públicas o privadas de la
supremacía masculina. Lapidadas en la plaza por haber sido infieles o
apuñaladas en el hogar por el mismo motivo. Víctimas de una misma
religión: la que consagra al hombre en un lugar superior al de las
mujeres. Por eso, queridos lectores, no se puede reducir la violencia
contra las mujeres a casos particulares, a un conflicto familiar, a
fallos en la aplicación de una ley, ni cambiar el nombre del delito. Se
trata de un crimen cargado de ideología, de supremacía masculina, de
venganza contra la libertad de las mujeres. Las palabras importan tanto
que nos definen y, en este caso, trazan una línea divisoria. De un lado,
la mayoría de la sociedad, incluidos la mayor parte de los hombres, que
han comprendido el horror de la barbarie; del otro lado los bárbaros y
los nostálgicos de los viejos tiempos.
http://www.elpais.com/articulo/andalucia/Feminismo/barbarie/elpepiespand/20111231elpand_5/Tes
... y que sea cierto todo esto, y a veces, no nos paremos a pensarlo .