No hay nadie que tenga mas o menos derecho a sentir, o mas o menos derecho a echar de menos, pero si soy justa, y eso lo aprendí de tí, creo que para mí fue un compañero en todos los sentidos, pero para tí, fue tu otra mitad. Un complemento perfectamente ajustado precisamente por todas vuestras diferencias. Ese regalo de la nada que te concedía la casualidad o el destino.
A tí, papá.
Contigo conocimos la lealtad, la humildad, la obediencia, la gratitud y el amor. Casi todas esas cosas las aprendí de ti indirectamente.
Luego me hice mayor.
A veces sigue doliendo que no estés aquí.
Duele preguntarse si en verdad nos avisaste y no nos dimos cuenta; duele no poder haberte visto porque estaba en la distancia; duele imaginar el ultimo instante de tu vida; pero sobre todo, duele imaginar que quizás, no fuera la única vez que no pude estar para tí.
Recuerdo cada migaja de gomaespuma de aquel sofá, y cada macetero roto y la tierra esparcida por el suelo de los primeros meses. En aquel momento, quien iba a decir que traerías tanto bueno. Tanta felicidad. También recuerdo cada galleta que comías de mi boca sin rozarme los labios, cada hocicada bajo el brazo y cada siesta sobre tu lomo.
Te quisimos desde el primer momento, claro que sí. Tenías a penas unos meses cuando llegaste a casa y bastó un fin de semana para hacerte de mi familia. Al siguiente lunes, recuerdo ir en el coche a darte de comer, cruzando los dedos para que no te hubieras escapado y también hubieras querido corresponderme quedándote con nosotros. Así fue. Creo que fuiste lo mas parecido a un hermano que he tenido: alguien con quien crecer, con quien jugar, con quien aprender, con quien ser responsable y llegado un punto y una edad, con quien sincerarme. Siempre atento, siempre escuchando, jamás me juzgaste (aunque de vez en cuando, bostezabas! debía tenerte cansado...).
Me hiciste daño, te lo hice yo también a ti. Estuviste a mi lado cuando lloraba y lamías mis lagrimas cuando caían por mis mejillas. Dormimos, nos acurrucamos, nos enojamos también. Odiabas que te bañaran.
¿Dónde estas ahora?
Yo a veces subo las escaleras y vuelvo a hablarte (hablaros).
No mienten cuando dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. Mi mejor amigo me enseño la lealtad en su máxima expresión. Me enseñó a ser feliz con lo que se tiene, a ser agradecida.
Nunca voy a olvidar tus ojos llenos de alegría tras la verja cada viernes cuando aparecía el coche, o cómo ladrabas para avisar de que llegaban papá y mamá por la carretera. Ni tu mirada llena de "gracias" con cada hueso enorme de los de Sebas, o tus maniobras infinitas para escabullirse y entrar en casa cuando estabas castigado. No olvido como enseñabas los dientes cuando algo no te gustaba (o alguien), ni los sonidos cuando brincabas emocionado.
Me quedo con tu cuerpo atlético, fuerte. Esa presencia que imponía tanto como derretían tus ojos de pura dulzura.
Fuiste real y te quisimos mucho, mas de lo que demostramos, e incluso mas de lo que hicimos.
Mil millones de gracias no me alcanzarán jamás, pero gracias amigo.
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